sábado, 25 de junio de 2011

Evaluar con el corazón Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra



Evaluar con el corazón

Por Miguel Ángel Santos Guerra

Permítaseme decir, antes de continuar, que no se mina la autoridad de los docentes cuestionando su labor sino respaldándola de forma incondicional, aunque sea discutible. No se pierde la autoridad reconociendo los errores sino defendiéndolos a capa y espada.
En los dos casos a los que hago referencia el sufrimiento es el denominador común. El sufrimiento de los evaluados, claro. Se piensa pocas veces en la esfera del sentimiento. Se diría que hay máquinas de enseñar y máquinas de aprender, aparatos para evaluar y aparatos que son evaluados. Y, claro, ni las máquinas ni los aparatos sufren.
Puede existir sufrimiento en la actividad de la evaluación por parte de quien la realiza, claro. Y a ese respecto he de decir que nunca he entendido muy bien a quienes suspenden mucho, pero menos a quienes disfrutan cuando lo hacen. Es como si un cirujano estuviese más contento mientras más cadáveres salen del quirófano. Le consideraría un incompetente y, además, un desalmado.
Y, ¿por qué encierran tanto dolor estos casos? Porque en los dos existe una preocupante actitud de dureza de los respectivos evaluadores. Los docentes se han mostrado inflexibles en sus decisiones de suspender, a pesar de las demandas de los alumnos, de los colegas y, en un caso, de la familia. Y, además, porque las consecuencias de los resultados acarrean unos daños gravísimos para los evaluados y para sus familias.
Los dos casos claman al cielo. Un alumno que no puede obtener el título de Graduado Escolar porque le falta el aprobado en una sola materia, a pesar de que ha trabajado con esfuerzo e interés en ella y a pesar de que ha hecho avances evidentes (a juicio de otros docentes). Otro alumno que agota las convocatorias y que tiene que ir a examinarse a otra Universidad o dejar de estudiar porque carece de medios y condiciones para desplazarse. ¿Por qué solo son malos estudiantes con esos profesores?
Es curioso que sean siempre los mismos. Es decir, que esa actitud de pretendida exigencia, de aparente rigor, de estricta defensa de la justicia, parece ser un atributo exclusivo suyo. Los demás profesionales parecen ser blandos, condescendientes y poco rigurosos. Es decir, irresponsables.
No sé lo que sucedería si a algunos docentes se les retirase el poder de evaluar. No sé cuántos alumnos y alumnas tendrían si se pudiera acudir a ellos solo por el interés que suscita su enseñanza y por la cercanía que genera su amor a lo que enseñan y a los que enseñan.
Me pregunto cuáles son los motivos que se esconden detrás de esa rigidez: ¿Se consideran más importantes por ser únicos? ¿Piensan que son mejores docentes porque exigen más y mejor que los demás? ¿Se creen más protagonistas porque tienen detrás una cohorte de suplicantes formada por padres, profesores y alumnos? ¿Consideran que con este proceder su asignatura, y por consiguiente ellos mismos, tienen más categoría? ¿Piensan que de esta forma se afianza su autoridad? No quiero pensar, por el debido respeto a esos profesionales que, detrás de su comportamiento, se esconde un tipo de actitud malintencionada.
No voy a entrar en el análisis de las prácticas profesionales de estos docentes, pero pienso que no les gustaría que les juzgasen con el mismo rigor, con la misma intransigencia, de la misma forma inapelable. En algunas ocasiones, la calidad de la enseñanza de estos que quieren hacerse pasar por “el hueso de la institución” deja mucho que desear. Cuántas veces producen el efecto secundario en sus alumnos y alumnas de acabar odiando la asignatura y el aprendizaje de por vida.
Justicia no es dar a todos por igual sino dar a cada uno lo que se merece. Al decir esto no estoy abogando por una avaluación sin exigencia, sin cumplimiento de mínimos, sin rigor alguno.
Hay que pensar en el contexto del alumno, en sus circunstancias, en sus capacidades, en su historia, en su proceso de aprendizaje.
Hay posibilidades de hacer tareas complementarias, de proponer nuevos trabajos, de realizar nuevas pruebas por el mismo o por otros evaluadores. Hay investigaciones que muestran que para que haya un mínimo de objetividad en la corrección de ejercicios de ciencias harían falta al menos doce correctores.
Hay que pensar en las consecuencias de una calificación que corta el camino, que rompe los sueños, que cierra el horizonte.
Hay que pensar en los daños que produce una evaluación que se convierte en un juicio inapelable, en una sentencia brutal.
En definitiva,
Se me dirá que el alumno ha tenido tiempo de pensar en todo esto. Claro que sí. No hablo de regalar nada, de bajar el nivel, de aprobar porque sí. Pero, en los casos que comento diré que lo han tenido en cuenta. Que han trabajado, que se han esforzado. Que han hecho todo lo posible.
Leí, en el hermoso libro de Ken Bain, “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”, un pensamiento revelador: “Nunca atribuyen a sus alumnos las dificultades que encuentran en el aprendizaje”. Solo así pueden ser mejores docentes. Pero si solo se explican el fracaso aludiendo a la torpeza, a la vagancia, al desinterés o a la desvergüenza del aprendiz, nunca podrán mejorar.
Me pregunto en el caso de estos severísimos jueces si nunca se preguntan si eso que les ha faltado a sus alumnos no se debe a su incompetencia, a su falta de compromiso o a su falta de entusiasmo. Digo esto desde el respeto más profundo y desde la más sincera admiración a la tarea que realiza el profesorado.



http://blogs.opinionmalaga.com/eladarve/2011/06/25/evaluar-con-el-corazon/

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